P. Humberto Palma Orellana


Aprender a escuchar a los jóvenes y a los hijos

20.05.2014 21:51

Para ninguno de nosotros es novedad que nos cueste dialogar con los jóvenes (hijos-alumnos) o, lo que es peor, dialogando nos quedamos con la clara sospecha de que no nos escuchan. Claro que lo mismo dicen ellos: mis papás, mi familia, no me escucha. Y menos nos escuchamos, menos nos hablamos. Nos herimos mutuamente, nos mordemos, nos excluimos, nos descalificamos: padres a hijos, hijos a padres. Perdemos la capacidad para conversar. La calidad de las relaciones de familia se miden por la calidad de nuestras conversaciones.

Notemos que si hablamos, hablamos para ser escuchados. Los niños hablan mucho, los enamorados, los amigos... hablan mucho. En algún momento de nuestras historia comienza la opción por el silencio. El escuchar valida el hablar: cuando no sabemos escuchar, los hijos dejan de hablarnos.
Escuchar no es lo mismo que oír. Escuchar es oír más interpretar. Es preguntarme qué me quiere decir mi hijo, mi alumno. Y escuchamos desde nuestra historia personal y social. Por eso, nadie escucha igual. Hablamos, pero todos escuchan (interpretan) distinto. Sentirse escuchado es sentirse interpretado. Existe una brecha entre hablar y escuchar, entre los que nos dicen los hijos y lo que les escuchamos decir. La escucha efectiva busca reducir esa brecha.

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