P. Humberto Palma Orellana


Chile en el génesis de una nueva Independencia

12.05.2014 19:00

Los aires de septiembre traen consigo aquello que Bergson llamaba “élan vital”, espíritu de vida que se abre paso a través de la materia, despertándonos del letargo invernal, para impulsarnos a retomar una marcha que pareciese jamás concluir. Es entonces cuando el devenir de la Historia se vuelve discurso patente en proyectos, idearios, sueños y proclamas de independencia. Y en tal torbellino de palabras, no nos queda del todo claro si somos los ciudadanos quienes proyectamos, o si los proyectados somos nosotros. La cuestión es que, en medio de chichas y empanadas, volvemos a lo que Mircea Eliade denominaba el “in illo tempore” del mundo: ese tiempo ex-temporal, cargado de misticismo, en que los padres de la patria fundaron la nación. Necesitamos volver, es cierto. Es necesidad antropológica regresar permanentemente al origen, para reencantarnos con el proyecto primigenio, para dar sentido de continuidad y plenitud al otro tiempo, a este tiempo cronológico que nos consume en el cansancio y engulle en el estrés cotidiano. Necesitamos volver a creer que Chile es posible y probable, sobre todo hoy, cuando la desconfianza mutua aparece instalada como una de las grandes amenazas sociales, cuando la violencia irracional se desata en las calles y el desplome de aquellas instituciones, otrora dadoras de sentido, es innegable.

Esta vuelta al origen, cíclica y necesaria, coincide con un cambio de gobierno inmerso en un complejo escenario país. Por un lado, las divisiones políticas de la derecha, el desgaste de una Concertación que apuesta a su única carta más creíble: Bachelet, y por otro lado, una ciudadanía políticamente empoderada, que ya no está dispuesta a seguir “apretándose el cinturón” en la esperanza de una alegría que nunca llega, y expresa su enérgico malestar en contra de todo abuso de poder, ya sea civil o militar, ya sea  político o religioso. Agreguemos a esto, la celebración de los 40 años del Golpe Militar, y el complejo escenario político internacional. Con esta mochila volvemos al origen fundacional, pero no como un Sísifo que desea vaciar su carga para volver a comenzar, sino como un Ulises que se cuestiona y pregunta si el viaje ha valido la pena. En otras palabras, en qué punto está nuestra Independencia, y en qué punto estamos nosotros, los ciudadanos, respecto de ella.

En camino a una nueva independencia

Para el sociólogo Michell Maffesoli, las sociedades contemporáneas estarían moviéndose desde la autoridad vertical, representada en la figura del padre, hacia una horizontal, representada en los hermanos. La primera, acentúa la obediencia social, el respeto a las instituciones y los valores tradicionales. El orden y el contrato es lo que prima en las sociedades y culturas jerarquizadas, con el padre a la cabeza. La segunda, acentúa la atmósfera caótica y festiva, pueril y tribal. La autoridad ya no reside en la figura de un “pater familias”, sino en los grupos tribales, en los hermanos. La verticalidad cede el paso a la horizontalidad. Y lo que hasta entonces nos parecía firme, concreto y seguro, se diluye en la inconsistencia de una realidad política, cultural y social, sostenida en pactos más que en contratos. A diferencia de los contratos, los pactos descansan en la voluntad de querer mantenerlos por la sola conveniencia mutua. No existen proyectos, ni valores o principios que lleven a mantener un pacto cuando la voluntad de perpetuarlo se ha extinguido. Esto es, en parte, lo que explicaría el “desde dónde” y el “hacia dónde” de nuestra Independencia.

Liberados de las autoridades foráneas, los caudillos del movimiento emancipador se convirtieron en padres de una patria que recién comenzaba a balbucear sus primeras letras y a ensayar pequeños pasos de organización. La nueva República de Chile lo es sólo en sentido nominal, pues en los hechos la ciudadanía se mantiene anclada a una cultura paternalista y piramidal, perpetuada en la burguesía criolla, con escasa movilidad social. Hasta fines del siglo XX, Chile es un país políticamente independiente, pero culturalmente atado aún a esquemas de inquilinaje. Bajo esta independencia-dependiente, las instituciones políticas, militares y religiosas son las garantes de los valores y principios ciudadanos. Y como suele ocurrir en toda relación paternalista, los abusos corren a la par con el proteccionismo. La historia se repite, y las clases más postergadas conocerán una nueva esclavitud dentro de sus propias fronteras. Mejor dicho, el proyecto libertador de los padres de la patria queda reducido a sus alcances geopolíticos, pero no toca al modelo socio-cultural de vasallaje, que permanece casi inalterado hasta mediados del siglo pasado, incluso más si por modelo entendemos mentalidad.

Mineros y estudiantes: nueva conciencia ciudadana

En su historia, Chile conocerá algunos intentos para avanzar hacia una nueva independencia, ahora dentro de sus propias fronteras. El Movimiento obrero y la Matanza de la Escuela Santa María, la Reforma agraria y la posterior recuperación de fundos, el Gobierno popular de Salvador  Allende y el Golpe militar son sólo algunos ejemplos de estas incipientes y frustradas tentativas. Y aunque no se consiguen los objetivos propuestos, en algo se avanza. La ciudadanía crece en conciencia política y se refuerza en la convicción de levantarse frente a la autoridad del padre protector-opresor. La visita de Spencer Tunick a Chile, el 2002, sorprendió a todos. Pero sobre todo, nos sorprendió la respuesta ciudadana. Quienes posaron para el famoso fotógrafo, lo hicieron en la conciencia pueril de estar “sacando la lengua” a las instituciones garantes de los valores y principios de los padres de la patria. Los asistentes al desnudo fotográfico danzaron por calles capitalinas, riendo y jugando como niños que retoman un paraíso público, negado por décadas.

Lo de Tunick no fue algo totalmente extraño ni ajeno al espíritu cívico en gestación, pues los grandes movimientos se van engendrando poco a poco en la conciencia, deseo y voluntad de las personas. Así las cosas, la celebración del Bicentenario nos sorprendería con un doble terremoto. Por un lado, la fuerza natural, que provoca la caída de cientos de casas y edificios; pero, por otro, esa misma energía telúrica da lugar a una fuerza distinta, que con el paso de los meses terminaría por derribar el miedo a encarar al padre detentor de la autoridad. Esta vez la fuerza es social, y el terremoto estremece las bases de la república. Como todo movimiento de esta naturaleza, era imposible que éste no estuviese también vinculado a la tierra, irónicamente a los mineros que, como clase obrera, por siglos enriquecieron a las cúpulas burguesas.

Si hay algo que permanecerá en la historia del rescate de los Mineros de San José, en Copiapó, es precisamente que junto a ellos emerge un nuevo ciudadano, pero esta vez asido a un poder que nunca antes vimos desde la época de la primera independencia. Los mineros no fueron rescatados por el Presidente Piñera, ni su Ministro Golborne, sino por una población que se plantó delante de la figura del padre hasta doblegar su voluntad y exigirle el rescate de los suyos, aunque ello implicase movilizar, literalmente, al mundo entero. Ese acto, así de visceral y emotivo, marca el inicio de la nueva independencia de Chile, esta vez cultural y social.

Siendo honestos, debemos reconocer que la población de Copiapó tuvo la convicción y fuerza para encarar y exigir su libertad al entonces padre de la patria Sebastián Piñera, gracias a que algunos años antes, específicamente el 2006, hubo una generación de jóvenes que salió a las calles, y allí se mantuvo hasta que no fueron oídas sus demandas. La llamada “Marcha de los pingüinos” marcó el antes y el después en la sociedad chilena. Y hoy estamos ante una ciudadanía que ha iniciado la marcha por su independencia, sin vuelta atrás.

El desafío de la segunda independencia

El nuevo gobierno se encontrará con una ciudadanía más empoderada en sus exigencias de justicia social y bienestar personal. Los diferentes grupos han aprendido a organizarse y golpear la mesa hasta hacerse oír, sin ese temor ancestral a ofender al padre protector. Pero un poder así pone en riesgo esta incipiente independencia socio-cultural, toda vez que una convivencia cívica de carácter adolescente se vuelve insostenible en el tiempo. La ciudadanía necesita madurar y aprender a manejar el poder conquistado. Y esta será la gran tarea de los nuevos gobiernos y líderes sociales. Nadie quiere otra dictadura, de ningún lado ni de ninguna forma, pero al mismo tiempo todos comprendemos la urgencia de aprender a vivir y convivir en una democracia real, pues la línea que separa una de la otra es tan frágil como la libertad.

En este proceso pedagógico encaminado hacia la construcción de una nueva independencia, cabemos todos los chilenos y todas las instituciones. Una cosa es conquistar la independencia, y otra muy distinta es saber qué hacer con ella. La ingenuidad y el falso optimismo suelen convertirse en graves amenazas para la organización. En términos de autoridad, hemos avanzado desde la infancia hacia la adolescencia y juventud ciudadana. Pero al igual que ocurre con la propia persona, el desafío que tenemos es enorme: convertirnos en una nación políticamente madura. Visto así, la nueva independencia recién comienza. Y la patria, que celebramos este mes, se nos abre como proyecto que exige decantar, es decir, pasar de la violencia al diálogo, de la inequidad a la justicia, del abuso al bien común, del olvido al reconocimiento y gratitud. Una patria no se construye desde cero, y una independencia no se conquista sin memoria ni amor a la verdad.

El Chile que avizoramos promete madurar en sus respuestas a las ancestrales demandas de su población, pero el paso de la promesa a la concreción reclama compromiso con las tareas que impone el manejo de la autoridad y poder. Al presente y futuro, los ciudadanos habremos de decidir de qué lado estar. Si del lado de quienes piensan que nada de lo que hagan cambiará la actual situación, y entonces optan por el conformismo inerte o la violencia, o del lado de quienes comienzan a distinguir la actual situación respecto de la nueva independencia, y en esa novedad descubren los elementos que van configurando el Chile que será aquello que hoy soñamos.

Hubo un tiempo en que la primera independencia era impensable, y hoy la celebramos. En este mes volvemos a conectarnos con ese origen, pero esta vez lo hacemos para transitar hacia la conquista del derecho ciudadano a celebrar lo que a futuro será nuestra segunda independencia: un Chile libre de abusos e injusticias, soberano respecto de sus fronteras, pero soberano también respecto del bien común.

P. Humberto Palma O.

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