P. Humberto Palma Orellana


El malestar de Chile

12.05.2014 18:53

Para quienes vivimos y gozamos hoy de un Chile que ha dejado atrás los ropajes del subdesarrollo, resulta difícil entender ciertos fenómenos sociales que nos interpelan desde la rabia y frustración ciudadana, instalándose como reclamos urgentes relativos a educación, energía y medioambiente, economía y equidad, democracia y reformas constitucionales, más participación ciudadana, autonomía empresarial y rol del Estado, entre otros. Se trata de fenómenos que, en su conjunto, han dado pie para que miembros de nuestra élite intelectual postulen la tesis de un malestar nacional instalado en el ambiente cívico, que se vendría incubando con fuerza desde la “marcha de los pingüinos” del año 2006. Pero también se alzan voces afirmando que tales eventos sociales no dan pie para sostener la tesis del malestar.

 

Oppliger y Guzmán: el desarrollo del país contradice la tesis del malestar

Cuando me refiero a quienes vivimos y gozamos un Chile mejor, no pienso en las generaciones nacidas después de los ochenta, tampoco en las familias que pertenecen al exclusivo segmento de los ricos, sino en nosotros que habitamos y formamos esa nación próspera descrita por Patricia Politzer en su libro “Chile: ¿de qué estamos hablando?” (2006); a quienes accedemos a los beneficios de la globalización cultural, política y económica; pienso en quienes tenemos Internet en casa, que usamos teléfonos con pantallas tauch, que vamos al cine y al Mall, que no sabemos lo que es pasar hambre de verdad, ni hacer largas filas en consultorios médicos para nada. A esta población, de la que muchos chilenos hoy formamos parte, le cuesta entender posiciones tan extremas, como las de los encapuchados o de ciertos dirigentes estudiantiles. A lo más sospechamos que existe un malestar social, pero no sabemos identificarlo, ni en sus causas reales, ni en la vasta gama de sus alcances; mucho menos en sus soluciones. Lo que ocurre es que vivimos enajenados, trabajando y disfrutando el acceso al consumo, y de vez en cuando contemplamos expresiones de malestar social, dosificadas y sesgadas en ediciones de prensa. Y es que para una buena parte de la población, salvo cosas puntuales que corregir, Chile está muy bien. No habría razones de peso para sostener en rigor la tesis del malestar nacional.

Es a esta conclusión a la que llegan los profesores Marcel Oppliger y Eugenio Guzmán en su obra “El malestar de Chile” (2012). En ella pasan revista a las principales tesis interpretativas que concuerdan en que sí existe un malestar ciudadano. Luego de citar a algunos autores, como Gabriel Salazar (para quien el malestar hunde sus raíces en la historia de abusos acentuados por el libre mercado), Sergio Marras (el malestar obedece a una anomia o falta de reglas del juego valóricas), Ernesto Águila (vivimos una sociedad dual: todos accedemos a los mismos bienes, pero la diferencia se da en la distribución y calidad), Jorge Navarrete (existe un hastío frente a la desigualdad) y Carlos Peña (el malestar se explica por la frustración e impotencia ciudadana), los citados profesores hacen gala de su fuerza argumentativa para demostrar que tal malestar, si acaso existe, no tiene que ver en nada con las causas señaladas y trabajadas por esos otros autores que suscriben la tesis, sino más bien a razones propias del juego democrático y de nuestra idiosincracia. En otras palabras, Chile sigue progresando a pasos agigantados, y si la gente reclama es porque estamos habituados a hacerlo, pero también porque el sistema requiere de pequeños ajustes, no de cambios profundos. En este sentido, no habría razones para concluir que existe un malestar generalizado. Los disconformes no son más que esas típicas minorías que, en el último tiempo, han adquirido voz y protagonismo gracias a la quietud de los gobiernos de turno, incluido el actual, quienes no han sabido, o no han querido por razones populistas, ejercer la autoridad política que la nación ha puesto en sus manos.

 

Las contradicciones del modelo y las razones del malestar

Si no estamos atentos a la lectura de Oppliger y Guzmán, terminaremos convencidos de que tienen plena razón en todo. Impresiona el modo en que los autores exponen los frutos de su investigación y análisis para convencernos de su posición. Y sin embargo, aunque los datos duros parecen conducirnos a la misma impresión que tenía Laibniz respecto del mundo, a saber, vivimos en el mejor de los Chiles posibles, sin embargo digo, es imposible no sospechar que aquí hay algo que no encaja. La realidad, en contraste con los argumentos planteados, nos advierte que no todo está bien, que el malestar existe, aunque ello no implica no valorar el desarrollo y progreso del país.

Negar el malestar significaría aplaudir ingenuamente la bondad del modelo económico, y no ver que tiene sus límites; significaría, además, negar que la política ha perdido el misticismo de antaño; que Chile ya no cuenta con un sólido ideario político, a excepción del reencantamiento observado en los líderes juveniles del movimiento estudiantil; que el desarrollo y progreso del país no es parejo, sino altamente injusto; que estamos inmersos en un progreso no sólo cimentado en trabajo y oportunidades, sino también en las víctimas que van quedando a orilla del camino; que ya no hay razones para postergar ni un minuto más el acceso a bienes de calidad, y por lo mismo la negación de esta calidad es lo que termina resultando un insulto y frustración. Negar el malestar significa desconocer todo esto y más, y tal cosa es imposible.

Para personas habituadas a un estándar de vida que se aleja de la línea de pobreza, que cuenta con redes de apoyo cada vez que lo necesita y experimenta un cierto retorno a sus méritos y esfuerzos, les resulta complejo entender tanta rabia. Y lo es por una razón obvia: no estamos en los zapatos de quienes a diario viven instalados en la carencia de bienes y servicios básicos, que les permitan sentirse parte de este mismo país que progresa y progresa.

Marx, en su crítica a la religión, afirmó que ésta era el opio del pueblo, es decir, el instrumento ideológico perfecto para mantener en actitud de sumisión a las masas obreras. Esto mismo es lo que puede decirse hoy de los discursos grandilocuentes de algunos políticos y actores sociales, con la diferencia que la población ya no es esa masa obrera adormecida y complaciente. Las personas que hoy se manifiestan en las calles no son desadaptados sociales, tampoco un grupo insignificante de desconfiados malagradecidos con altas expectativas. Estamos ante una población cansada de contemplar la forma en que abusan de ellos, cansados de ser considerados como infantes a los que se les puede engañar con un dulce, y no están dispuestos a seguir inhalando el nuevo opio del pueblo.

El malestar de Chile existe, tanto como su desarrollo. Y no ha de extrañarnos, pues nuestro país ha venido dando un salto a la modernidad que se caracteriza por sus contradicciones vitales. Queremos gozar de sus beneficios, pero sin pagar los costos que ello implica. No queremos el lema de la modernidad: igualdad, libertad, fraternidad, sino sólo sus frutos. Y esto es lo contradictorio que está a la base del malestar: no podemos ser una nación económicamente moderna y al mismo tiempo perpetuar la cultura feudal de vasallaje.

 

El Angelus Novus: iconografía de una tesis

Toda vez que volvemos sobre estos argumentos, vuelve también esa imagen iconográfica de Paul Klee, el Angelus Novus interpretado por Walter Benjamín. El ángel representa el pesimismo ante devenir histórico. Impulsado por el viento del progreso, se desplaza a gran velocidad. Su rostro mira hacia atrás, hacia las víctimas del progreso que van quedando abajo, olvidadas. Extiende sus alas para intentar detener la marcha, pero el vendaval que lo impulsa hacia el futuro puede mucho más que su deseo filántropo. Al final, las víctimas quedan abandonadas a su suerte, como la macabra ofrenda a una divinidad que se alimenta de sus angustias y miserias.

No podemos negar que Chile, como concluye Patricia Politzer en su obra, ha vivido en las últimas décadas una transformación asombrosa. Pero ello no da pie para negar las contradicciones de su crecimiento y desarrollo. El malestar de Chile tiene que ver con las víctimas que va dejando a su paso el viento del progreso, que nos impulsa hacia el futuro en una marcha frenética y despiadada. Tiene que ver con las frustraciones, burlas y desencantos, vividos a diario y hasta en los escenarios más impensados, como la última manipulación sufrida por algunos compatriotas en las recientes Elecciones Primarias. El malestar de Chile existe, y no cesará hasta que el Angelus Novus logre plegar sus alas, para prestar atención a las víctimas, frenar esta forma de desarrollo, hacerse cargo de los límites del modelo económico y reducir la brecha abismal e insultante que existe entre ricos y pobres. Mientras ello no ocurra, los vendavales de protestas no cesarán el avance, y esto aunque siga habiendo intentos ideológicos por desconocerles y negarles.

P. Humberto Palma O.

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