P. Humberto Palma Orellana


Enseñar la Condición humana

26.06.2014 18:11

Extracto del Capitulo III de "Los siete saberes necesarios para la educación del futuro" (Edgar Morín). La educación del futuro deberá ser una enseñanza primaria y universal sustentada en la condición humana.  Estamos en la era planetaria;  una aventura común se apodera de los humanos donde quiera que estén.  Éstos deben reconocerse en su humanidad común y al mismo tiempo reconocer la diversidad cultural inherente a todo lo que es humano.

Conocer lo humano significa principalmente situarlo en el universo, no separarlo de él.  Como lo hemos visto, todo conocimiento debe contextualizar su objeto para ser pertinente.  “¿Qué somos?” es inseparable de un “¿dónde estamos?” “¿de dónde venimos?” “¿a dónde vamos?”.

Interrogar nuestra condición humana significa pues cuestionar en primer lugar nuestra situación en el mundo. Un flujo de conocimientos, a finales del siglo XX, permite esclarecer de manera totalmente nueva la situación del ser humano en el universo.  Los progresos concomitantes de la cosmología, de las ciencias de la Tierra, de la ecología, de la biología, de la prehistoria en los años 60-70 han modificado las ideas sobre el Universo, la Tierra, la Vida y el Hombre mismo.  Pero estas aportaciones están todavía separadas. Lo Humano permanece separado, fragmentado en pedazos de un rompecabezas que ha perdido su figura.  Aquí se plantea un problema epistemológico:  es imposible concebir la unidad compleja de lo humano por el pensamiento disyuntivo, que concibe nuestra humanidad de manera insular, fuera del cosmos que lo rodea, de la materia física y del espíritu del cual estamos constituidos, ni por el pensamiento reductor, que reduce la unidad humana en un substrato puramente bioanatómico.  Las ciencias humanas son divididas en pedazos y clasificadas.  Así, la complejidad humana se vuelve invisible y el hombre se desvanece “como un rastro en la arena”.  También, el saber nuevo, falta por ser unido, no se asimila ni se integra.  Paradójicamente se agrava la ignorancia del todo, mientras que el conocimiento de las partes progresa.

De ahí la necesidad, para la educación del futuro, de una concentración de los conocimientos nacidos de las ciencias naturales a fin de situar la condición humana en el mundo, de los nacidos de las ciencias humanas para aclarar las multidimensionalidades y complejidades humanas, y la necesidad de integrar, en él, la aportación inestimable de las humanidades, no solamente filosofía e historia, sino también literatura, poesía, artes.

Hemos abandonado recientemente la idea de un Universo ordenado, perfecto, eterno por un universo nacido en el resplandor, en el devenir disperso, donde juegan de manera complementaria, concurrente y antagonista el orden, el desorden y la organización.

Estamos en un cosmos gigantesco en expansión, constituido por miles de millones de galaxias y miles de miles de millones de estrellas, y aprendimos que nuestra tierra es un trompo que gira alrededor de un astro errante en la periferia de una pequeña galaxia de afueras.  Las partículas de nuestros organismos se habrían esparcido desde los primeros segundos de nuestros cosmos hace (tal vez) quince mil millones de años, nuestros átomos de carbono se constituyeron en uno o varios soles anteriores al nuestro;  nuestras moléculas se agruparon en los primeros tiempos convulsivos de la Tierra;  estas macromoléculas se asociaron en torbellinos de los cuales el uno, cada vez más rico en su diversidad molecular, se metamorfoseó en una organización nueva con relación a la organización estrictamente química:  una auto-organización viviente.

Esta epopeya cósmica de la organización, no deja de sujetar las fuerzas de desorganización y dispersión, es también la epopeya de la unión, que impidió que el cosmos se dispersara o se desvaneciera en cuanto nació.  En el seno de la aventura cósmica, en la punta del desarrollo prodigioso de una rama singular de la auto-organización viviente, perseguimos la aventura a nuestra manera.

La importancia de la hominización es capital para la educación de la condición humana, ya que nos enseña cómo la animalidad y humanidad constituyen juntas nuestra humana condición.
La antropología prehistórica nos enseña de qué manera la hominización es una aventura de millones de años, a la vez discontinua –proveniente de nuevas especies:  habilis, erectus, neanderthal, sapiens, y desaparición de las anteriores, surgimiento del lenguaje y de la cultura– y continua, en el sentido de que se persigue un proceso de bipedización, manualización, erección del cuerpo, cerebralización, juvenilización (el adulto que conserva los caracteres no especializados del embrión y los caracteres psicológicos de la juventud), complexificación social, proceso en el curso del cual aparece el lenguaje propiamente humano al mismo tiempo que se constituye la cultura, capital adquirido de los saberes, el saber hacer, las creencias, los mitos, transmisibles de generación en generación...

La hominización conduce a un nuevo comienzo.  Lo homínido se humaniza.  En lo sucesivo, el concepto de hombre tiene un doble principio;  un principio biofísico, un principio psicosociocultural, los dos principios se remiten uno al otro.

Nosotros nacimos del cosmos, de la naturaleza, de la vida, pero por el hecho de nuestra humanidad misma, nuestra cultura, nuestra mente, nuestra conciencia, nos hemos vuelto ajenos a este cosmos que nos sigue pareciendo secretamente íntimo.  Nuestro pensamiento, nuestra conciencia, que nos hacen conocer este mundo físico, nos alejan de él otro tanto.  El hecho mismo de considerar racional y científicamente el universo nos separa de él.  Nos hemos desarrollado más allá del mundo físico y vivo.  En este más allá es donde se opera el despliegue total de la humanidad.

A manera de un punto de holograma, llevamos al seno de nuestra singularidad, no sólo toda la humanidad, toda la vida, sino también casi todo el cosmos, incluyendo su misterio que yace sin duda en el fondo de la naturaleza humana.  Pero no somos seres que se podrían conocer y comprender únicamente a partir de la cosmología, física, biología, psicología...

El humano es un ser a la vez plenamente biológico y plenamente cultural, que lleva en él esta unidualidad originaria.  Es un super e hiperviviente: ha desarrollado de manera inaudita las potencialidades de la vida.  Expresa en forma hipertrofiada las cualidades egocéntricas y altruistas del individuo, logra paroxismos de vida en el éxtasis y la embriaguez, hierve de ardores orgiásticos y orgásmicos, y en esta hipervitalidad es donde el homo sapiens es también homo demens.

El hombre es un ser plenamente biológico, pero si no dispusiera plenamente de la cultura sería un primate del rango más bajo.  La cultura acumula en ella lo que se conserva, transmite, aprende e incluye normas y principios de adquisición.

Todo desarrollo verdaderamente humano significa desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y del sentimiento de pertenencia a la especie humana.

La educación del futuro deberá procurar que la idea de unidad de la especie humana no borre la de su diversidad y que la de su diversidad no borre la de la unidad.  Hay una unidad humana.  Hay una diversidad humana.  La unidad no está solamente en los rasgos biológicos de la especie homo sapiens.  La diversidad no está sólo en los rasgos psicológicos, culturales, sociales del ser humano.  Hay también una diversidad propiamente biológica en el seno de la unidad humana;  hay una unidad no solamente cerebral sino mental, psíquica, afectiva, intelectual;  además, las culturas y las sociedades más diversas tienen principios generativos u organizadores comunes.  La unidad humana es la que lleva en ella los principios de sus múltiples diversidades.  Comprender lo humano, es comprender su unidad en la diversidad, su diversidad en la unidad.  Hay que concebir la unidad de lo múltiple, la multiplicidad del uno.

El ser humano es un ser racional e irracional, capaz de mesura y desmesura;  sujeto a una afectividad intensa e inestable, sonríe, ríe, llora, pero también sabe conocer objetivamente;  es un ser serio y calculador, pero también ansioso, angustiado, gozador, ebrio, extático;  es un ser de violencia y ternura, de amor y odio;  es un ser que está invadido por lo imaginario y que puede reconocer lo real, que sabe de la muerte y que no puede creer en ella, que secreta el mito y la magia, así como la ciencia y la filosofía;  que está poseído por los Dioses y por las Ideas, pero que duda de los Dioses y critica las Ideas;  se alimenta de conocimientos verificados, pero también de ilusiones y quimeras.  Y cuando, en la ruptura de los controles racionales, culturales, materiales, hay confusión entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo real y lo imaginario, cuando hay hegemonía de ilusiones, desmesura desencadenada, entonces el homo demens somete al homo sapiens y subordina la inteligencia racional al servicio de sus monstruos.

La educación debería mostrar e ilustrar el Destino en múltiples facetas de lo humano:  el destino de la especie humana, el destino individual, el destino social, el destino histórico, todos los destinos entremezclados e inseparables.  Así, una de las vocaciones esenciales de la educación del futuro será el examen y el estudio de la complejidad humana.  Desembocaría en la toma de conocimiento, de conciencia, de la condición común de todos los humanos y de la muy rica y necesaria diversidad de los individuos, pueblos, culturas, en nuestro arraigo como ciudadanos de la Tierra.

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