P. Humberto Palma Orellana


La posibilidad de Educar

24.06.2014 15:57

Cambian los gobiernos y cambian los ministros, sobre todo estos últimos. Pero el debate en Educación suma y sigue sin parar. Es como un fuego que crece alimentado por las tentativas de ensayo y error. Pareciese que cada coalición, nada más llegados al poder, se propusiese el objetivo de dar con la fórmula que deje contentos a moros y cristianos. Lo paradójico es que mientras más empeño se pone en aquello, más saltan a la vista las evidencias de un sistema educacional que hace agua por varios lados: inequidad en recursos y calidad, administración municipal versus administración privada, exceso de mediciones y control, convivencia escolar, lucro, educación superior, entre otros. Y en el intento de dar respuesta a las demandas de la ciudadanía, se enfrentan líderes de un bando y otro, dejando al descubierto una lamentable y arraigada oposición política e ideológica, que dificulta y entrampa el diálogo. Lamentable —digo— porque en vez de avanzar hacia los anhelados acuerdos y consensos para mejorar nuestra Educación, directivos, profesores, alumnos y apoderados deben soportar la sucesión de iniciativas y estrategias que se desprenden de dichos intentos por imponer lo propio del partido o coalición, antes que el bien común de las comunidades educativas y del país entero. De hecho, quienes llevan más años en esto han sido testigos de todos los vaivenes de la Reforma educacional, y de los millones de dólares que, a veces, se derrochan en programas que intentan “arreglar la carga en el camino”, sin que hasta ahora logremos resolver las graves desigualdades y vicios que pesan y entrampan la gestión educacional.

No obstante las pociones encontradas, es justo reconocer que desde el año 2006 a la fecha el movimiento estudiantil nos ha obligado a tomarnos en serio, y de modo sostenido, una discusión que se venía postergando por décadas, a saber, el vínculo entre Educación y equidad e igualdad de oportunidades en el país. Esta es probablemente la mayor ganancia del último tiempo, aunque estemos lejos todavía de alcanzar las anheladas mejoras. La inyección de más recursos, vía Reforma Tributaria, el fin del lucro y del financiamiento compartido, sumado a la prohibición de seleccionar alumnos, son las nuevas estrategias que ensayará la actual administración de Eyzaguirre, sin que nadie pueda asegurar el éxito, pues la mayoría de las medidas que se han venido instalando, y éstas no son la excepción, son de orden más técnico que pedagógico. Por lo mismo, para que dichas acciones respondan mejor al objetivo por todos esperado, necesitan conectarse con el trasfondo cultural en que acontece el aprendizaje.

Cuando las políticas educativas, así como los paradigmas y modelos en que se sustentan, no responden a lo que Carlos Calvo llama “territorio educativo”, están condenadas al fracaso. Y lo están porque no consideran la realidad de los alumnos. Ahora bien, por “realidad de los alumnos”, entiendo aquí los agentes socializadores que intervienen en su formación, mas no como elementos prescindibles, sino como parte de la cultura que les (y nos) influye y modela.

Ningún sujeto social puede eximirse de los influjos culturales de su entorno. Por lo mismo, un programa educativo gubernamental, al igual que una práctica docente o un proyecto educativo, que no esté atento a lo que ocurre en ese trasfondo cultural, no tendrá mayor trascedencia en la construcción del tejido social. Lo que ocurre con muchas escuelas y profesores es precisamente esto, no están dialogando con los alumnos que tienen en el aula, sino más bien imponiendo sistemas escolares obsoletos para los tiempos que corren. El resultado es ampliamente conocido por todos: alumnos aburridos en clases, profesores estresados y socialmente desacreditados, directivos exigidos por la maquinaria de la eficiencia, y una autoridad que pretende seguir presionando bajo la lógica de que el control es la fórmula para mejorar la Educación.

Es probable que tardemos bastante tiempo en ponernos de acuerdo sobre la Educación que queremos para nuestro país, más aún respecto de temas claves, como son los modos de gestión y modelos educativos, curriculum y formación docente, participación del Estado y particulares, evaluación docente y valoración social de esta carrera, entre tantos más. Pero si hay algo que la reflexión no debiese pasar por alto es lo que he llamado el trasfondo cultural, so pena de instalar una superestructura educativa carente de toda significación ciudadana. Sobre ello deseo señalar algunas cosas, recordando que el influjo de la Postmodernidad plantea desafíos pedagógicos que, de no ser enfrentados, hacen de la Reforma educacional chilena un proyecto técnica y políticamente correcto, pero inaplicable en las aula del siglo XXI. La invitación es, entonces, a mirar el territorio cultural por el cual, queramos o no, transita la Educación chilena.

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